El místico
alemán Ángelus Silesius dijo en una ocasión, aunque Jesús haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón
habrá nacido en vano. Estas palabras nos pueden extrañar un poco, pero nos
remiten a lo más importante de la Encarnación: no es sólo un asunto de Jesús;
se trata de la transformación de toda la humanidad, también de nuestra
transformación. Un texto del Nuevo Testamento puede ayudarnos a entender esto:
Llegaron su madre y sus hermanos, se
detuvieron fuera y lo mandaron llamar. La gente estaba sentada en torno a él y
le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Él les
respondió: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban
sentados en círculo alrededor de él, dijo: Miren, éstos son mi madre y mis
hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre. (Marcos
3,31-35).
A
primera vista, este texto no tiene nada que ver con Navidad. Sin embargo, me
parece que explica lo que quiere decir Ángelus Silesius. En la Encarnación de
Jesús, Dios se hizo hombre; se hizo presente y actuó entre nosotros, para
nuestra salvación. Si nosotros, los que practicamos la oración centrante,
consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros, entonces Dios se hace
presente y actúa en y a través de nosotros. Lo “damos a luz”, le somos madre.
Ya no cuenta la maternidad física, sino la espiritual. Una mujer de la multitud alzó la voz y dijo: ¡Dichoso el vientre que te
llevó y los pechos que te criaron! Él replicó: ¡Dichosos, más bien, los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen! (Lucas 11,27-28). Por eso María
es grande, no porque haya dado a luz al Hijo de Dios, sino porque ella misma oyó
su palabra y la cumplió.
Esto
mismo se espera de nosotros. Estamos invitados a continuar la manifestación de
Dios, o – mejor dicho – a permitirle que Él se manifieste a través de nosotros.
Somos “Cristóforos”, portadores de Dios.
Esto,
por supuesto, no se refiere solamente a los que practicamos la oración centrante;
se refiere a cualquier persona que reza el Padre Nuestro. Allí decimos “Hágase
tu voluntad”. ¿Hemos pensado alguna vez en la magnitud de lo que decimos
cuando lo rezamos? ¿Por qué no intentas decir solamente estas tres palabras?
¡Pero, en serio! Queriendo decir lo que estás diciendo. Verás que no es tan
fácil. Pero alguna vez en la vida, todos tenemos que llegar a este momento de
verdad y sinceridad. Si no, seríamos como loros que rezan sin saber lo que
dicen. Nuestra vocación es ser madres y hermanos de Jesús.
Les
deseo a mis lectores una FELIZ NAVIDAD;
que Cristo crezca en sus corazones, y se manifieste a través de Uds.
Gracias P. Beda! le deseo una muy feliz navidad también. Me gustó mucho su escrito.
ResponderBorrarGracias, Betsy, y a ti también una feliz Navidad. Gracias a tus consejos puedo hacer este trabajo del blog, y veo que es provechoso para muchos, y también para mí. Una forma de evangelización.
Borrar