Líbranos del mal; así
terminamos el rezo del Padre Nuestro. Otras traducciones dicen "del
Maligno". El original griego no habla del Diablo o de Satanás,
sino del "ponerós", del que no nos deja respiro, que nos
importuna, nos acosa y nos "tiene a monte" con sus
sugerencias y exigencias. Pensemos en la avalancha de información
que tenemos hoy en el mercado, incluso en el de literatura religiosa.
No nos permite sosiego ni tiempo para pensar. El bombardeo de
impresiones y la lectura rápida no quieren permitirnos entrar en
nuestro centro donde está Dios. Igual como la comida rápida
frecuente puede darnos una indigestión, así la lectura rápida,
puramente intelectual y superficial, nos da una indigestión
espiritual, es decir, un caos en nuestro corazón. No asimilamos el
alimento espiritual. Como lo indica la imagen adjunta, incluso la
Escritura puede inducirnos a fijarnos en menudencias y detalles, para
quedarnos "en las ramas". Es necesario, por lo tanto, leer
una cosa a la vez, pausadamente, para que pueda tocarnos el corazón.
Pero, dado que Dios es infinito, incluso si nos fijamos en lo
esencial, se nos hace difícil decidir por dónde comenzar.
Por eso, como primer criterio,
recordemos una cosa: El centro de toda la Escritura es Jesucristo.
En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a
nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha
hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por
quien creó el universo. Él es reflejo de su gloria,
la imagen misma de lo que Dios es, y mantiene el universo con su
Palabra poderosa. Él es el que purificó al mundo de sus pecados, y
tomó asiento en el cielo a la derecha del trono de Dios (Hebreos
1,1-3).
El
mismo Jesús lo dejó claro en la tarde de su resurrección, cuando
caminaba con dos discípulos a Emaús: Jesús les
dijo: ¡Qué duros de entendimiento!, ¡cómo les
cuesta creer lo que dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso
el Mesías para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y
siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la
Escritura se refería a él. (Lucas
24,25-27).
En este texto de
Lucas vemos, además, otra
faceta esencial para una buena lectio divina: el centro no es
sólamente Jesús, con sus enseñanzas y milagros.
El
centro es Jesús, en su muerte y resurrección.
De
esta manera, Dios mismo nos da una primera orientación
acerca
de
dónde
comenzar:
en el nuevo testamento. Esto nos facilita más tarde entender mejor
los textos del antiguo testamento que, por ser de una cultura y época
muy remotas, son a veces más
difíciles
de entender
que los del nuevo testamento
- que
tampoco son fáciles.
Esto nos lleva a un
segundo criterio que es consecuencia del primero: si el mismo
Señor ya nos indica por dónde podemos comenzar, permitámosle que
sea Él mismo quien tome la iniciativa. ¿Cómo
podemos hacer esto? Ateniéndonos a la disciplina de leer, no lo que
quisiéramos en un momento dado, sino lo que Él nos ofrece en su
iglesia. Quisiera explicar esto un poco más. Hay varias maneras, a
mi modo de ver, erróneas, de escoger el texto para la lectio divina:
A veces, para
escoger un texto, nos dejamos guiar por nuestro estado de ánimo. Por
ejemplo, cuando estoy deprimido leo el salmo 87: Soy un desdichado
y muero quejumbroso. He soportado tus terrores y estoy aturdido. Tu
incendio ha pasado sobre mí, tus espantos me han
aniquilado; me envuelven como agua todo el día, me cercan todos a la
vez. Alejaste de mí amigos y compañeros, mi compañía son las
tinieblas (Salmo 87,16-19).
Cuando me siento
muy bien, por no decir, eufórico, leo el texto de las bodas de Caná
(Juan 2,1-12). Seiscientos litros de agua convertidos en vino: ¡eso,
sí, es lo mío!
Pero, ¿qué pasa
en estos casos? Utilizo la palabra de Dios para confirmar lo que ya
pienso o siento. No me sacude, no me saca de mí mismo. En el fondo,
no estoy interesado en Dios, sino en girar alrededor de mi ego. Por
supuesto, no confundamos esto con una oración sincera: los salmos
expresan mejor, y con la palabra de Dios, lo que sentimos. Como
oración, está bien; pero no es lectio divina. Tengamos eso bien
claro.
Otro método, para
mí erróneo, es el "del dedo". Uno tiene una inquietud,
una pregunta y, con fe, abre la biblia al azar, y donde le cae el
dedo, allí cree que está la respuesta. He visto que es un método
bastante utilizado. Por supuesto, no excluyo que Dios nos puede
hablar de esta manera. Él nos sale al encuentro en todas partes,
hasta en el pecado. Para Él no hay límites. Pero veamos lo que pasa
cuando hago esto: YO mantengo el control, YO estoy en el centro.
Porque soy yo quien presenta su inquietud, soy yo quien pregunta.
Dios me debe la respuesta. Seguro que Él nos responde; por eso, esta
manera de relacionarnos con Dios puede ser en un momento dado
legítima, pero no es lectio divina. En ésta, nos abrimos a la
palabra de Dios como oyentes, nos mantenemos en silencio, le
"permitimos" que nos diga lo que ÉL quiere decirnos, nos
dejamos sorprender. Lo nuestro es el silencio y un corazón muy
abierto.
Recuerdo que una
vez hice una demostración de esto en un retiro; y mi dedo cayó en
una página en blanco que estaba entre el final de un libro y el
comienzo del siguiente. Si hago esto como método de lectio divina,
¿qué querrá decirme Dios con eso?... Más drástica fue la
sorpresa de alguien - no sé si ocurrió así, o si es sólo una
anécdota - que abrió la biblia, y su dedo cayó en las palabras:
(Judas) se fue y se ahorcó (Mateo 27,5). Como no sabía qué
hacer con este texto, volvió a abrir la biblia al azar, y su dedo
cayó en las palabras: Vete y haz tú lo mismo
(Lucas 10,37)... Aunque no sea verdad, es un caso típico de leer la
palabra de Dios fuera de su contexto. Dios puede, como dije,
hablarnos si usamos este método, pero no conviene hacer de esto una
costumbre; porque la palabra de Dios se merece respeto. Si la
consulto sólamente por un problema, buscando una respuesta a una
pregunta precisa, la reduzco a un libro de consultas y adivinaciones,
igual que un libro de oráculos, el I Ching, el Tarot, u otra cosa
semejante. En el centro siempre estaré yo.
¿Cómo proceder
entonces para dejar la iniciativa a Dios? Hay una manera muy sencilla
para eso: leemos los textos del día. Hoy en día, cada misa tiene
sus lecturas propias. Si nos fijamos, para comenzar, sólo en el
evangelio, ya tenemos textos para cada día de un año. Como esta
disposición ya está hecha, el texto me llega y, a veces, se me
revela como una caja de sorpresas. No importa cómo me siento o qué
preguntas e inquietudes tengo, Dios puede darme algo mucho mejor de
lo que yo estoy esperando. Puede ampliar mis horizontes, hacerme ver
otras facetas de mi realidad - en fin, se revela siempre en una
grandeza que yo ni siquiera puedo imaginarme.
La lectio divina no
es sólo información, sino formación: Dios quiere formarnos
a su imagen y semejanza. Es nuestra fidelidad a la disciplina diaria
de la lectio que le da a Dios mano libre para hacer de nosotros aquel
hombre y a aquella mujer que Él tenía en mente desde un principio
cuando nos creó.
Otra manera, igual
de buena, de dejar la iniciativa a Dios, sería la de escoger, en
oración, un libro determinado de la biblia. Eso lo leemos, poco a
poco, párrafo por párrafo, desde el principio hasta el fin. Es la
misma disciplina para obligarnos a atenernos a un texto, sabiendo que
allí Dios nos habla. En todo caso, es bueno recordar que cuánto más
deseamos conocer a Dios, tanto más Él se nos revelará.
Para terminar, les dejo dos textos que
pueden expresar este deseo de Dios:
Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
(Del salmo 142)
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por
ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin
agua. (Del salmo 62)