La fe,
antes de creer en doctrinas, es una relación personal, es una relación de confianza,
es un “cambio de gobierno”: venga TU Reino; hágase TU voluntad. Todo gira alrededor
de Dios; Él es el centro de nuestra vida. Por eso, la fe, antes de ser un conocimiento,
es un camino: caminar con Dios, permitirle que Él nos transforme en su imagen y
semejanza. Los ritos y los símbolos vienen después. Una “fe” que es sólo un
poco de costumbres o folklore religioso, no es ofensiva, ni cambia el mundo.
No tendrás otros dioses rivales
míos. No te harás imágenes: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo,
abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos
ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso (Deuteronomio
5,7-9). Hoy en día tenemos imágenes de santos, como RECUERDOS. Pero muchos les
atribuyen más culto de lo que conviene. Dios sigue escapándose de toda imagen.
Si caminamos con Él, nos damos cuenta de que cada día es una sorpresa nueva. Las
imágenes e ideas de Dios no pueden ser sino algo “por ahora”. A medida que crece
nuestra experiencia, también hay que desechar las imágenes, y volver al grano,
a la fe desnuda.
En
esto consiste la persecución más solapada: nos deja con lo superficial, lo secundario.
Esto no afecta los intereses del poderoso. Los primeros cristianos podían practicar
los ritos y costumbres de su religión; para el imperio romano la religión
cristiana era una religión más; los romanos eran muy tolerantes en cuanto a la
libertad religiosa – mientras se garantizaba el culto al emperador como divino.
Y fue este punto donde los cristianos eran intransigentes. Sólo Dios se merece
honores divinos. Ya Jesús lo había dejado claro: Denle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Porque la moneda del impuesto llevaba
la inscripción “Divus Cesar” – El divino César. Eso era inaceptable para judíos
y cristianos. Fue por eso que los persiguieron.
Y
es por eso mismo que tenemos hoy unos perseguidos. La juez Afiuni no está presa
por rezar el rosario, ni por acompañar a la imagen de un santo que se lleva por
las calles. No, ella está presa por un fallo conforme a la justicia que no le
gustó al que se cree dueño de la verdad. Pasear imágenes por toda una región,
procesiones, llevar símbolos religiosos, como una cruz o el rosario: eso no le
hace cosquillas a ningún poderoso. Pero, si se te ocurre VIVIR tu fe, a no hacerle
el juego al poderoso, a no participar en injusticias, entonces te ves en
problemas. Como eso no nos gusta, nos quedamos con las cosas externas y, para
colmo, las llamamos a veces “una gran demostración de nuestra fe”. ¡Eso es una ilusión
y una mentira!
Así
que, para comenzar este año de la fe con buen pie, tenemos que abrir los ojos, reconocer
nuestra mentira donde la haya, y entrar en silencio. Para escuchar la voz de
Dios, para establecer una relación personal con Él, para dejar el gobierno de
nuestra vida en sus manos. ¿Cómo se hace esto? Pues, es muy sencillo, PERO no
es fácil: Tómate unos momentos tranquilos, y dile al Señor que se haga su voluntad.
Nada más. Pero dilo de todo corazón. Que tu mente y tu corazón estén de acuerdo
con lo que dicen tus labios. No lo digas “para salir del paso”. No digas
mentiras al Señor. Verás que no será fácil, te costará. No importa. Más importante
es la honestidad que la prisa. Toma tu tiempo, aunque tardes unos cuantos días
en esta lucha por consentir, hasta que, por fin, puedas decirlo con honestidad.
Recuerda
una pregunta, a ver si sabes la respuesta: La muerte de Jesús, ¿fue la voluntad
de Pilato o la del Padre? Pilato le recuerda a Jesús que tenía potestad de
crucificarlo o de soltarlo. Pero, ya la noche anterior, Jesús había rezado en
el huerto Padre, no como yo quiero, sino
como tú quieres. Repito, no es fácil; pero una vez que lo hagas, verás que
las cosas comienzan a moverse en tu vida. Y esto es un camino fascinante que no
deja tiempo para aburrimiento.
Podemos
comenzar con algo muy concreto: antes de las elecciones hemos rezado toda una novena
de rosarios, ¿con qué intención? ¿Para que gane nuestra opción? Y, si no ganó,
también esto es voluntad de Dios. Y la pregunta no es si Dios escucha nuestras
oraciones, sino qué es lo que Dios quiere decirnos con esta respuesta.