En la entrada del 10 de abril hablé del
fenómeno del diablo, de esta experiencia cuando alguien intenta confundirnos.
Estamos viviendo una etapa de estas confusiones, y debemos estar muy
conscientes, despiertos, y con mucho discernimiento.
El hombre que fue proclamado presidente en estos días, en
vista de tantos reclamos contra el resultado de las elecciones, ha dicho, entre
otras cosas, que se “acepte (la situación) con resignación cristiana".
No entro en discusión sobre la validez o no del resultado de las elecciones. No
es mi incumbencia. Pero quiero dejar bien claro que aquí se nos quiere
manipular con una gran confusión de tipo “espiritualoide”, una mezcla de conceptos
religiosos que terminan siendo un sancocho que sólo causa indigestión. Me explico:
La aceptación y la resignación son dos
cosas muy distintas, por no decir: opuestas.
La resignación
es este estado de frustración que nos impide actuar y luchar por lo que
consideramos nuestros derechos y nuestras metas, nos paraliza. “Hasta aquí
llegué; no puedo más”; “¿qué puedo hacer yo en esta situación abrumadora?” “Me
quedo tranquilo, para salvar lo poco que me queda”. Éstos son unos argumentos
que buscan justificar nuestra rendición. Y ésta es la fuerza de cualquier
déspota que busca su ventaja a expensas de otros. Nos quedamos estancados, como
personas humanamente minusválidas, esclavos. Y las consecuencias son
desastrosas; porque abren la puerta a la envidia, a la sed de venganza, al odio. Hablar de “resignación cristiana” es,
por lo tanto, una contradicción. Porque el cristiano no se resigna, sino que
acepta.
Pero la aceptación
es algo muy distinto. No es un punto de llegada, sino un punto de partida.
Acepto la situación presente, para luchar por mis metas. El motor de la
aceptación es la virtud de la esperanza. Nos encaminamos hacia algo que no
vemos, que parece lejos; pero, en la fe, sabemos que es nuestro. No es una
espera pasiva, sino una actividad que nos lleva a una meta, a lo que es
nuestro. Dios había prometido al pueblo de Israel una tierra; pero ellos mismos
tenían que ir allá a ocuparla. Dios nos ha dado libertad; pero nosotros mismos
tenemos que ejercerla; no podemos pedirla a otros; eso sería esclavitud. Dios
nos ha dado nuestra dignidad; pero nosotros mismos tenemos que vivir a la
altura de esta dignidad. Sólo en nuestra fe en Dios encontramos la fuerza para
aguantar y sobrellevar las dificultades en el camino.
Y hay algo más importante: no se trata sólo de luchar por
mi bien personal; luchamos por el bien de todos. Nuestra fe no excluye a nadie.
En última consecuencia, esta actitud nos permite incluso dar nuestra vida por
los demás. Porque todo el bien que podamos conseguir en este mundo es sólo un “por
ahora”. Los bienes definitivos son un don gratuito de Dios.
A lo mejor, ésta es la lección que tenemos que aprender
en estos momentos difíciles. No se trata de sobrevivir yo; se trata de crear un
ambiente donde TODOS pueden vivir.
Sin desperdicio, Padre Beda, la comparto en mi FB. La Esperanza esa es la virtud a trabajar. Saludos
ResponderBorrarGracias Padre Beda, muy esclarecedora su entrada, gracias de nuevo.
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