La liturgia del adviento nos presenta dos grandes figuras; una de
ellas es Juan Bautista, el precursor del Señor. El arte lo
representa muchas veces apuntando con el dedo a Jesús: "miren
allá; ahí está; éste es". Quiere que conozcamos a Jesús. Al
día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Ahí
está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan
1,29). En esta frase corta hay varios detalles que llaman la
atención:
Los Judíos esperaban un Mesías que quitara de Israel el yugo de la
dominación extranjera (Juan 1,19s). Juan, en cambio, presenta a
Jesús como el "Cordero de Dios" que quita lo que realmente
nos tiene dominado, el yugo del pecado. No presenta a Jesús como
dominador, sino como víctima. Al compartir nuestra suerte, nos
redime.
Nuestra expresión "pecado" viene del latín "peccatum".
La raíz etimológica de esta palabra tiene que ver con: pie,
caminar, tambalear, caer, traspié o, como decimos en lenguaje
popular: "meter la pata".
La expresión de los idiomas nórdico-germánicos (sin, Sünde, synt)
hace pensar más bien en: separar, apartar, separación, una
quebrada, o el Caño Grande en Estados Unidos. Esta imagen está
presente en la parábola del pobre Lázaro en el seno de Abrahán y
el rico en el "lugar de los muertos, en medio de los tormentos";
le dice Abrahán: Entre ustedes y nosotros se abre un inmenso
abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde
aquí hasta ustedes ni pasar desde allí hasta nosotros (Lucas
16,26).
La palabra que usa el nuevo testamento, escrito en griego, es:
hamartía (ἁμαρτία). Originalmente viene del tiro al blanco;
la flecha no sólo no da en el blanco, sino que ni siquiera llega
hasta allá; se queda corta. En poesía tiene que ver con incurrir
en un error fatal al intentar hacer lo correcto cuando lo correcto
simplemente no puede hacerse.
Eso se ve en la trágica
experiencia de los intentos de la humanidad de redimirse a sí misma.
Los capítulos de Génesis 4-11 describen cómo los hombres
intentaban poner orden en su vida y en el mundo. Sin embargo, se
enredaron siempre más. Esto mismo fue la tragedia del comunismo en
el siglo 20, a pesar de las buenas intenciones iniciales. Buscaban
justicia e igualdad; pero al hacerlo sin Dios en quien no creían,
terminaron haciendo mucho más daño que el que querían combatir. Es
también la tragedia del "Nuevo orden", la creación de una
nueva humanidad y un mundo nuevo - pero creado por el hombre, no por
Dios. Con la consecuencia de millones de abortos, millardos de
pobres, y la destrucción del ecosistema mundial. A nivel espiritual
es la corriente de la Nueva Era donde el mismo hombre se sienta en el
trono de Dios. Todos estos intentos están condenados a fracasar
porque no cuentan con Dios.
El capítulo 12 del libro génesis
nos cuenta cómo Dios toma la iniciativa y entra en la historia;
llama a Abrahán que se entrega a su designio. Paralelamente al
círculo vicioso de los intentos vanos de autorredención de la
humanidad, Dios se hace presente con su acción. Celebramos el
adviento como preparación a la venida del salvador definitivo,
Jesucristo. En el misterio pascual supera la separación de Dios en
su raíz: aceptando la muerte, nos abre el camino de la resurrección.
Nos revela que, en la muerte, se manifiesta la vida definitiva. Por
eso, el bautismo, la aceptación de este misterio en nuestra vida, es
llamado también "iluminación"; porque el que acepta la
muerte descubre una nueva vida.
Etty Hillesum nos habla de esto en su diario: En
los últimos días han pasado muchas cosas terribles, pero ahora, por
fin, algo se me aclaró. Le he mirado a nuestra ruina directamente a
los ojos, una ruina que probablemente será miserable, y que ya ha
comenzado en muchos pequeños detalles de la vida diaria. Llegó a
ocupar un lugar en mi estado anímico, sin que me haya quitado
fuerzas. No estoy amargada, no me rebelo. Tampoco estoy desanimada,
ni mucho menos resignada. Mi crecimiento sigue inexorablemente, día
tras día, incluso teniendo ante los ojos la posibilidad de ser
aniquilada. (...) Cuando digo "he hecho un balance de mi vida"
quiero decir: tengo claramente presente la posibilidad de la muerte;
mi vida experimentó una nueva amplitud por el hecho de que le miro a
la muerte a los ojos y la acepto como parte de mi vida. No hay que
sacrificarle a la muerte una parte de la vida antes del tiempo,
teniéndole miedo y luchando contra ella. La resistencia y el miedo
nos dejan apenas un pequeño resto de vida empobrecida y atrofiada,
que difícilmente todavía se puede llamar vida. Suena casi como una
paradoja: cuando uno reprime la muerte de su vida, ésta nunca estará
completa (3 de julio de 1942). La carta
a los Hebreos habla de esto mismo: Jesús
participó de esa condición (de
sufrimiento), para anular con su
muerte al que controlaba la muerte, es decir, al diablo, y para
liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan toda su vida como
esclavos (Hebreos 2,14-15). El que
trata de evitar la muerte, vive desde sus centros de energía, que
son manifestaciones del ego, - y peca.
Jesús no quita "los pecados", en plural, sino "el
pecado", en singular. Porque si se tratara solamente de
"pecados", nos quedaríamos en las acciones u omisiones y,
por lo tanto, en el nivel moral, por no decir moralista. Sin embargo,
lo que nos aqueja es mucho más profundo. Estamos enfermos en la
raíz. Es el pecado o, como diría el P. Keating, nuestra condición
humana que nos mantiene separados de Dios.
Este enfoque, equivocadamente moralista, llevaría a otra distorsión:
el miedo al castigo. En nuestro
inconsciente estamos manejando mucho la categoría del castigo. Es un
criterio pagano que tiene que ver con la venganza. En el antiguo
testamento se usa más bien como la manera en que Dios educa a su
pueblo. Incluso en ambientes cristianos se usa muchísimo, y a veces
con mucha autoridad. Por ejemplo, la Virgen que dice en una
(supuesta) aparición que rezáramos mucho e hiciéramos muchos
sacrificios porque "ya no puede aguantar el brazo de su Hijo que
está extendido para castigar a la humanidad". Éstas pueden ser
maneras muy sutiles de orgullo, como el del fariseo en el templo que
se compara - favorablemente - con el publicano. Es este deseo
inconsciente de ver a los malos castigados porque - claro está -
nosotros nos creemos buenos.
Jesús, al final del sermón de la montaña, pone otro enfoque: Así
pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se
parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó
la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron
sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre
roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica
se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó
la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la
casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible (Mateo
7,24-27). Su ruina no fue un castigo de Dios, sino la consecuencia de
su falta de previsión. Somos
nosotros mismos los que sufrimos las consecuencias de los
desequilibrios ecológicos que causamos, o de la forma poco sana de
vivir. Lo que dice Jesús podríamos aplicar hoy a desastres
naturales que simplemente ocurren: lluvias torrenciales con deslaves,
huracanes, terremotos, tsunamis, erupción de volcanes.
La idea del castigo no es
cristiana. Es parte del pecado porque mantiene la separación
afectiva entre el hombre y Dios. No nos capacita para el amor. Pero
Dios no castiga. Y cuando el nuevo testamento habla de castigos,
habrá que distinguir entre el mensaje que quiere transmitir, y el
lenguaje que usa para que los entienda la gente que todavía tiene
esta mentalidad. Pero el mensaje central está claro: Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien
crea en él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve
por medio de él. El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya
está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios. El juicio
consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz (Juan 3,16-19). O, como dice el apóstol
Pablo: ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve,
¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y
después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por
nosotros? (Romanos 8,33s)
Jesús quita el pecado "del mundo", en griego "cosmos".
Esta palabra se puede referir al mundo y también a la sociedad, en
cuanto están organizados, en orden, equilibrados. Hoy sabemos cómo
el pecado influye y causa los desequilibrios ecológicos y desajustes
en las sociedades.
No dice que "perdona" el pecado, sino que lo "quita".
Jesús quita esta separación de Dios, restableciendo el acceso al
Padre y la relación con Él. Para que veamos la importancia de este
detalle, les contaré una anécdota: hace muchos años alguien me
habló de los sufrimientos y traumas de su niñez y adolescencia, su
emigración después de la guerra mundial y la adaptación a un nuevo
ambiente; una persona bastante traumatizada. Estudió sicología,
especializándose en la corriente C. G. Jung. Para poder practicar su
profesión debía someterse él mismo a un análisis completo. Y me
dijo, "Padre me he analizado cuatro años y medio; conozco todas
las facetas de mi vida interior, pero ¡NO ME QUIERO!" Vemos
que la sicología es muy útil, pero no puede todo. Necesita la
relación con el Dios - Amor. Ésta es precisamente la experiencia de
Jesús en el bautismo: se abrió el cielo; Dios le sale al encuentro
y le dice: Eres mi hijo
amado. Así
restablece la relación y comunicación con nosotros. El hombre, por
sí sólo, no puede. La
iniciativa es de Dios.
El hecho de que Jesús haya quitado el pecado del mundo trae como
consecuencia que el perdón de los pecados, como lo practicamos en la
iglesia, siempre es posible. Ya no se queda reducido al cumplimento
de mandamientos, sino al restablecimiento de una relación personal.
Cordero
de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.