El evangelio de San Juan es bastante distinto de los
demás evangelios, si bien nos transmite el mismo mensaje. Juan, como los demás,
habla desde su experiencia con Jesús. Hay una frase en el primer capítulo que
siempre me llama la atención: Nadie ha visto jamás a Dios (Juan
1,18). Es, quizá, la frase más lapidar y contundente en la biblia. Es como
decir, “olvídense de sus ideas acerca de Dios, de sus fantasías y, más importante,
de sus intereses. Dios es diferente de lo que podemos imaginar; es sencillamente
EL OTRO”. Entonces, ¿cómo podemos
saber quién es Dios? Juan mismo nos da la respuesta: El Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él nos lo dio a conocer.
En otras palabras, si queremos saber cómo es Dios, debemos mirar a Jesús. Y
esto destruye nuestra manera de ver a Dios, de imaginárnoslo, de hablar de Él,
de hacer “teología”. Será por nuestra debilidad o por nuestra cultura
occidental que buscamos primero la verdad. Y Jesús es la Verdad. Sin embargo,
el contexto nos dice algo más, algo muy importante: Jesús mismo dice que Yo
soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6). Primero está un camino, el camino con
Jesús, una relación personal. El conocimiento de la verdad es el fruto de esta
relación; no es una verdad abstracta, sino el testimonio de una relación. Sólo
eso nos lleva a la vida.
Entonces: si queremos hablar de Dios, lo
podemos hacer solamente desde nuestra íntima unión con Él. Lo demás es fantasía;
en vez de unir, fomenta la división. Porque hay tantas ideas de dios como hay
cabezas; mientras que, en realidad, hay un solo Dios, un Dios que no es “objeto
de conocimiento”, sino compañero de camino, es más: es la fuente misma de nuestro
ser. Lo que necesitamos no es tanto más teología o más acción, sino una
teología y una acción que es fruto de nuestra oración, de nuestro silencio
delante de Dios.
En este contexto podemos ver también las
palabras del Papa que pronunció hace pocos días: En cuanto al diálogo interreligioso que caracterizó
su estancia en Beirut, (el Papa) recordó que "no se dirige a la
conversión, sino más bien a la comprensión", pero
matizó: "Comprender implica siempre un deseo de acercarse también
a la verdad. De este modo, ambas partes, acercándose paso a paso a la verdad,
avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que se fundan
en la unidad de la verdad. Por lo que se refiere al permanecer fieles a la
propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir
mantener su identidad, interrumpiese por su propia cuenta, por decirlo así, el
camino hacia la verdad. Si así fuera, su ser cristiano sería algo arbitrario,
una opción simplemente fáctica. De esta manera, pondría de manifiesto que él no
tiene en cuenta que en la religión se está tratando con la verdad".
Anticipó asimismo que el documento postsinodal
versará ampliamente sobre "el anuncio", esto es, "el kerigma,
que toma su fuerza de la convicción interior del que anuncia" y "es
eficaz allí donde en el hombre existe la disponibilidad dócil para la cercanía
de Dios".