En tiempos de Jesús era común que la gente esperara la llegada del
Mesías o del Reino de Dios. Esto estaba "en el aire".
Lucas nos dice que, cuando el Señor se acercaba a Jerusalén: ellos
creían que el reino de Dios se iba a revelar de un momento a otro
(Lucas 19,11). Pero no pasó nada de lo que ellos esperaban; al
contrario, Jesús murió. El reino de este mundo triunfó y quedaba a
sus anchas. Tampoco la resurrección de Jesús cambió esta
expectativa. Justo antes de su ascensión, estando ya reunidos le
preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía
de Israel? Él les contestó: No les toca a ustedes saber los tiempos
y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad. Pero
recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y
serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el
confín del mundo (Hechos 1,6-8). Con esto, Jesús da a entender
que la llegada del Reino será muy diferente de lo que la gente
esperaba.
Dice Paul Lebeau: Según sus propios criterios, el hombre busca
espontáneamente a su dios mirando hacia el poder. Le resulta difícil
no proyectar en Dios aquel poder que él mismo no tiene, pero que
fascina su imaginación y sus sueños1.
Las religiones tienen que ver
con eso. También la iglesia, a lo largo de los siglos, ha recaído a
veces en este error, con la triste consecuencia de guerras "en
nombre de dios". Incluso hoy en día, cuando creemos que hemos
aprendido algunas lecciones, esta mentalidad todavía está presente
en muchas prácticas religiosas: rezos, devociones, sacrificios y
ritos, casi mágicos: todo para conseguir un favor, con el intento de
ejercer cierta influencia sobre Dios. Buscamos la salvación desde
fuera. Lo vemos en las sociedades cuando se espera la solución de un
problema mediante el cambio de gobierno. En las democracias, eso
lleva a veces al "voto castigo" - que no es la mejor
solución. Porque los problemas siguen o sólo se desplazan a otra
parte.
Esta mentalidad y este enfoque sufrieron una crisis enorme a raíz de
la segunda guerra mundial y el holocausto. Etty Hillesum, ya sabiendo
claramente lo que sufría su pueblo, y lo que tarde o temprano le
vendría encima a ella personalmente, lo pone así en su diario:
¿Acaso no es una actitud casi atea - blasfema - creer en tiempos
como estos todavía tanto en Dios? (2 de
julio de 1942). Y, terminada la guerra, y conociéndose la magnitud
del extermino de los judíos, Richard Lowell Rubinstein, lo puso así:
Después de Auschwitz, ya no hay Dios2.
Aquí resuena el grito de Jesús
en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? (Mateo 27,46). Es la
pregunta que tantos se han planteado: ¿dónde estaba Dios en todo
este sufrimiento?
Hace mucho tiempo escuché una
anécdota: durante la época de aquellos horrores lanzaron un niño
al crematorio. Alguien preguntó, ¿dónde está Dios aquí? Y otro
le contesta: allí, en este niño. No sé si esto ocurrió realmente
así, o si es solamente un intento de dar una respuesta a nuestra
pregunta. En todo caso, nos puede ayudar a replantear nuestra
inquietud, cambiando la pregunta: ¿En qué Dios estamos creyendo?
Etty, como estaba sufriendo todo en carne propia, es una testigo
calificada que puede hablarnos con autoridad; ella escribe: Alguien
tendrá que sobrevivir, para dar testimonio más tarde de que Dios,
incluso en este tiempo, todavía estaba con vida (27 de julio de
1942). Veremos más adelante cómo ella concibe esta presencia de
Dios en medio del holocausto. Ya al comienzo de su camino espiritual
llega a una conclusión importante: La barbarie nazi despierta en
nosotros exactamente la misma barbarie. Si hoy en día pudiéramos
hacer lo que quisiéramos, usaríamos los mismos métodos. Debemos
rechazar esta barbarie de nuestro corazón, no debemos cultivar este
odio en nosotros; porque si no, sería imposible sacar este mundo del
fango. (15 de marzo de 1941).
Casi año y medio más tarde anota
en su diario la conversación que tuvo con un antiguo amigo,
trotskista militante, que creía en la lucha de clases. Le insiste en
que "no logramos nada con este odio...
Es lo único y lo único. No veo otro camino: cada uno debe
entrar en sí mismo y extirpar y eliminar en sí mismo todo aquello
por lo cual cree que debe eliminar a otros. Debemos estar convencidos
de que el más mínimo átomo de odio que añadimos a este mundo lo
hace más inhóspito de lo que es". Y él, perplejo y
maravillado a la vez, me dice, "Sí, ¡pero esto, esto sería
cristianismo!" Y yo, divertida por su confusión
repentina, le contesté serenamente: ¡Cristianismo! Sí, y ¿por qué
no? (23 de septiembre de 1942).
Con esto, Etty tiene la misma
intuición que tenían los monjes antiguos: en vez de involucrarse en
las luchas del mundo de fuera, miraban hacia dentro. Un ejemplo de
esto es San Benito de Nursia (480-547). Vivía en una época
sumamente turbulenta. Pero se enfrentó con las turbulencias en su
propio corazón. Allí están nuestros demonios. Pero también, en lo
más profundo, está Dios. Porque el Reino de Dios está
dentro de Uds. (Lucas 17,21).
1
Paul Lebeau, Das suchende
Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El
camino interior de Etty Hillesum), pg. 168.
Etty Hillesum, nacida el 15
de enero de 1914, una joven holandesa que, por ser judía, fue
llevada al campo de concentración en Auschwitz donde fue asesinada
en las cámaras de gas el 30 de noviembre de 1943, teniendo apenas
29 años de edad. Se había criado sin prácticas religiosas. A
comienzos de 1941 conoció a un sicólogo, también judío, quien le
sugirió que escribiera un diario espiritual, que leyera, entre
otros libros cristianos, también la biblia, incluyendo el nuevo
testamento, y que orara. A partir de esta fecha comienza un
crecimiento espiritual acelerado que llega a profundidades místicas,
sin que esto la haya llevado a relacionarse ni con la sinagoga ni
con la iglesia - quizá por la muerte tan prematura. A lo largo de
este adviento volveré a referirme a ella, citando de su diario.