Hace dos días encontré este artículo que me parece de suma importancia; lo comparto con los interesados:
Allá por
2009 llegó a mis manos el libro del ahora recién nombrado asesor para el
Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Mosén Xavier Morlans,
titulado "El Primer Anuncio: El Eslabón Perdido".
En aquel
momento encontrar a alguien hablando del primer anuncio era un baño de
agua en el desierto, pues muy pocos en la Iglesia entendían la necesidad de
lanzarse en pos de la tarea del primer anuncio.
El problema
no era teórico, doctores tenía y tiene la iglesia en el tema. Tampoco lo
era magisterial, pues la Iglesia llamaba a la Nueva Evangelización desde hacía
décadas. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y pocos entendían la acuciante
necesidad de retornar al primer anuncio.
Fue por
eso por lo que el título del libro me encantó, porque calificaba de auténtico
eslabón perdido a algo tan básico y fundamental como es el Kerigma, lo cual
es toda una clave explicativa para entender la situación de crisis de la
Iglesia.
En
efecto, una Iglesia que catequiza a los bautizados sin convertirlos previamente
entra en un problema pastoral de primer orden. Puede que en sociedades
cristianas no se evidencie tanto, pero cuando las sociedades dejan de serlo y
la gente abandona masivamente la Iglesia queda más que claro para quienes
quieran entender lo que pasa.
Hablo en
pasado de aquel título de libro porque en la Iglesia hemos vivimos mucho en los
últimos dos años en los que el pontificado de Benedicto XVI, el cual
como los buenos vinos, se pone más interesante a medida que pasan las
estaciones.
Ahora no
parece que lo que falte sean ganas de volver al primer anuncio, por eso
florecen congresos y foros en los que la Iglesia y las diócesis se
preguntan acerca de la Nueva Evangelización.
Pero como
me contaba hoy una gran amiga que se dedica al primer anuncio, su
percepción es que después del primer anuncio también falta otro eslabón,
y yo no puedo estar más de acuerdo con ella.
La
pregunta del millón no es si somos capaces de adoptar métodos nuevos y
ardorosos para traer de vuelta a la gente a la Iglesia. La pregunta es si esta
Iglesia que tenemos tiene la capacidad pastoral de configurarse en torno al
primer anuncio y lo que sigue, para poder acoger a toda esa masa de gente
que podría volver a la Iglesia si supiéramos cómo predicarles el mensaje del
Evangelio.
Cambiar
la forma de hablar a los de fuera necesariamente tiene que modelar la forma
en que hablamos a esa gente cuando ya está dentro. Si por la gracia del
Espíritu Santo revivimos la fe en un alejado, o si nace la fe en un no
creyente, no podemos sin más reintegrarlo al estado de cosas que nos ha llevado
a estar donde estamos.
Hay que
dejar que esa experiencia de conversión, esa experiencia misionera y ese
reinventarse pastoralmente configure una Iglesia que necesariamente tiene que
ser distinta a la Iglesia a la que estamos acostumbrados.
Distinta
por supuesto en lo pastoral, no en lo esencial, como distinta puede ser
en mil facetas más que ahora damos por sentadas, pero que no son más que
respuestas a modelos de sociedad y cultura concretos.
Para
asimilar esto sin echarse las manos a la cabeza hay que entender que la Iglesia
tiene la misma respuesta- Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre-
por más que cambien las circunstancias, culturas y épocas en las que esta
respuesta se proclame.
Y
entendido esto, podemos ponernos a pensar si conviene más hacer la
iniciación cristiana a tal o cual edad, el papel del laicado y la vocación
misionera de todos los bautizados, la mejor manera de dar homilías o incluso la
conveniencia de volver al latín si acaso eso es lo que ayuda.
Y dentro
de todo esto aparece el problema del segundo paso, el segundo eslabón
perdido. Porque para pasar de una persona de la calle a un cristiano
comprometido e integrado en su comunidad, hace falta más que un primer anuncio.
Hace
falta un caminar en la comunidad, un catecumenado, y un acompañamiento que
permita a la persona crecer y desarrollarse como cristiano. Hace falta
“discipular” a la gente. No fabricar cristianos, ni asistentes a misa…sino verdaderos
discípulos.
Y esto
sólo se puede hacer creando verdaderas comunidades de fe, donde no sean un
número, una estadística de recepción sacramental más, u otra
solitaria alma en la anónima misa dominical.
Células,
grupos de vida, comunidades neocatecumenales, comunidades de base… llámese como
se quiera, y cada cual que lo viva según su carisma, con fidelidad a la
Iglesia, a la parroquia y a su comunidad.
Creo que
los tiros del segundo eslabón perdido van por ahí, por la reconstrucción de las
parroquias y las comunidades cristianas desde el trabajo de aprender a ser
discípulos en grupos pequeños.
Y esto es
diferente a lo que hay en una iglesia como la de hoy tan centrada en unas
maneras de hacer, orar y celebrar tan individualistas y anonimizadoras
por más que se hagan en grupo, que no en comunidad.
Quizás
antes la cosa se salvaba porque las familias hacían esta función
desanonimizadora, la de ser esa microiglesia donde uno nacía, recibía la
fe, crecía y maduraba, siendo amado, siendo conocido, siendo educado, y siendo
potenciado.
Sigo
barruntando estas ideas, esperando madurarlas y concretarlas más. Sé que de
momento son sólo eso, ideas… y necesidades que surgen como consecuencia
necesaria de la labor de vuelta a la Nueva Evangelización, pues no
tienen nada de teórico, son lo que gente como mi amiga y yo vemos trabajando en
el primer anuncio.
Así que
acabo con una pregunta, dejando la cuestión abierta:
¿Eslabón
perdido o eslabones perdidos pues, en esto de la Nueva Evangelización? (http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=21301)