En María hemos visto la santidad de la Iglesia. Pero la Iglesia es también pecadora y, sin embargo, Iglesia de Cristo. En el Evangelio de Juan hay tres ocasiones más donde Jesús se dirige, aparte de su madre, a una mujer como a su esposa - ¡y no son precisamente mujeres perfectas! En la entrada pasada ya hablé de Magdalena. Esta vez quisiera meditar brevemente sobre el encuentro de Jesús con la Samaritana.
En el capítulo 4 de Juan leemos un diálogo largo donde Jesús lleva a una mujer samaritana poco a poco a reconocerlo como el Mesías. En un momento dado, se nos revela su pasado: (Jesús) le dice: Ve, llama a tu marido y vuelve acá. Le contestó la mujer: No tengo marido. Le dice Jesús: Tienes razón al decir que no tienes marido; porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad (Juan 4,16-18).
Los samaritanos son descendientes de gente que, siglos atrás, habían sido deportados de otras partes del Oriente Medio o de Asia, para asentarlos en tierras que habían pertenecido a Israel. Habían traído sus tradiciones religiosas, las habían mezclado con las tradiciones de los pobladores israelitas que no habían sido deportados, para llegar a una mezcla de cultos ajenos a la fe estricta de los judíos en un solo Dios. De esta manera, la samaritana representa a aquella gente que, si bien es religiosa, está peregrinando de una religión a otra (has tenido cinco hombres), el sincretismo, los que pasan del cristianismo al budismo, al hinduismo, a la nueva era, y a toda creencia que se les pueda presentar. Son los “turistas espirituales”, bajo la “dictadura del relativismo”, como diría Benedicto XVI.
Y sigue Jesús hablando: Créeme, mujer... llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad (Juan 4,21-24). Así le abre el entendimiento, y la lleva a reconocerlo como Mesías. Al facilitarle Jesús una relación personal con Dios como Padre, en espíritu y en verdad, termina la búsqueda inquieta de esta mujer, y ella se convierte en testigo frente a sus paisanos.
Hace años leí en un libro de la nueva era que no necesitábamos testigos, sino maestros. Pero, en los evangelios se nos muestra exactamente lo contrario. La Samaritana representa a la Iglesia, grupo de creyentes, de aquellos que, después de una larga búsqueda y muchos errores, encontramos nuestro descanso en una relación profunda con Dios, y nos convertimos en testigos y misioneros.
Texto, ligeramente editado, de mi libro María, Modelo del Creyente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario