La
antífona de hoy es un texto muy denso que hace resonar de nuevo toda
una serie de citas bíblicas: Oh Rey de las naciones y deseado de
los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos
uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
Comencemos
por el final: Somos hombres formados del barro de la tierra, débiles
y a la merced de cualquier mano fuerte que quiera formarnos según
sus intereses. Pero Dios sopló en su
nariz aliento de
vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Génesis 2,7). Es
por el aliento de Dios que no tenemos por qué estar alienados; somos
su imagen y semejanza. Ésta es nuestra esencia que nadie nos puede
quitar, por más que intente violentarla.
Esto
nos eleva sobre los intereses inmediatos que quieren regir nuestra
vida, como lo ve el profeta Daniel en una visión: Seguí mirando,
y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura
humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le
dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo
respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin
(Daniel 7,13-14).
En
Jesús, esta visión se hace realidad plena. Él viene de parte de
Dios (las nubes del cielo) y, por no dejarse llevar, como
Adán, por nuestras tendencias de la fragilidad humana, tiene acceso
a Dios, nos abre el camino hacia Él. Es el camino doloroso que pasa
por la muerte en la cruz, por el rechazo total de parte de los que se
creían con la autoridad de saber quién era Dios. Cuando los hombres
habían dicho la última palabra sobre Jesús, Dios mismo puso las
cosas en su sitio, diciendo por su parte su última palabra. Así,
Pedro dice al Sanhedrín cuando es interpelado por una sanación: Él
(Jesús) es la piedra
desechada por
ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en
piedra angular. (Salmo 117,22).
En ningún otro se encuentra la
salvación; ya que no se ha dado a
los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos
ser
salvados
(Hechos 4,11-12).
Este
Jesús, al habernos restablecido el acceso a Dios, es el único que
puede unirnos en una sola comunidad, sea a nivel de familia, de
iglesia, de nación, o de comunidad de naciones - ¡todas las
naciones! Mientras el hombre estaba unido a Dios, el varón y la
mujer se complementaban (Génesis 2); ese es el plan de Dios. Pero al
haberse separado de Dios (Génesis 3), surgió la pregunta de quién
tenía el poder. Patriarcado y machismo por una parte, feminismo
exagerado por otra: ya conocemos las consecuencias. Es una lucha de
nunca terminar. Cristo vino a establecer el matrimonio como
sacramento, es decir, como una relación donde varón y mujer viven
el amor de Dios como entrega "hasta el extremo". Aún hoy
en día son pocos los matrimonios que lo entienden así; pero ¡son
felices!
San
Pablo amplía esta visión, aplicandola a la humanidad entera:
Gracias a Cristo Jesús los que un tiempo estaban lejos, ahora están
cerca,
por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz, el que
de dos pueblos hizo uno solo,
derribando con su cuerpo el muro
divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y
cláusulas, reunió los dos pueblos en su persona, creando de los dos
una nueva humanidad;
restableciendo la paz. Y los reconcilió con
Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando
muerte en su
persona a la hostilidad. Vino y anunció la paz a ustedes, los que
estaban lejos y la
paz a aquellos que estaban cerca. Porque por
medio de Cristo, todos tenemos acceso al Padre
por un mismo
Espíritu. De modo que ya no son extranjeros ni huéspedes, sino
conciudadanos de
los consagrados y de la familia de Dios; edificados
sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo
Jesús como piedra
angular.
Por él todo el edificio bien trabado crece hasta ser
santuario consagrado al Señor, por él
ustedes entran con los demás
en la construcción para ser morada de Dios en el Espíritu
(Efesios 2,13-22). Con tanta división que hay dentro de una misma
nación, y a nivel mundial entre las naciones: no hay hostigamiento
ni presiones ni guerras que puedan unir a las naciones
permanentemente, sin que quede la sed de venganza de los que se
sienten sometidos. Sólo Cristo nos da una paz duradera.
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