Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

19.4.21

El camino hacia el amor V


En el post pasado terminé diciendo: Este paso (de hacer la voluntad de Dios) no es fácil; es un “cambio de gobierno”. Es entregar el control, es entregar seguridades, es confiar, encomendarse en las manos de otro, para ser “conducidos adonde no queremos ir” (Juan 21,18). Con eso llegamos al punto que resuena de una u otra manera por toda la escritura: No se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Resulta, sin embargo, que nuestro ego es muy hábil para salirse con la suya. Confundimos nuestras ocurrencias, caprichos y deseos de dominar a los demás con la voluntad de Dios. “El Espíritu Santo quiere”… decían para darle peso y autoridad a sus deseos. El resultado es un abuso espiritual, por cierto muy sutil y solapado pero, precisamente por eso, muy devastador. ¿Qué podemos hacer para evitar esta aberración?

San Benito, en el capítulo 7 de su regla para los monjes, nos da una pista: La obediencia a un superior. Y San Benito va al grano; presenta como ejemplo a Cristo: se hizo obediente hasta la muerte (Filipenses 2,8). Lamentablemente, esta palabra se ha abusado para justificar la sumisión, la “obediencia militar”, donde personas son reducidas a ser “carne de cañón”, sólo para servir a los intereses egoístas de otros. Pero en la obediencia auténtica se trata de liberarse de la propia voluntad, para ser capaz de servirle a Dios y al prójimo, sin intereses egoístas.

¿Cómo sabemos que somos obedientes? Parece paradójico, pero esto se revela en la “desobediencia”. Cuando en nuestro desacuerdo con lo mandado recurrimos a la violencia, o a buscar seguidores para crear una mayoría contra la autoridad, es señal de que queremos imponer nuestra propia voluntad. Lo observamos en la política como también en las discusiones en la iglesia. En este contexto habrá que ver también la tendencia de introducir en la iglesia “más democracia”; sabemos que la democracia es fácilmente víctima de la manipulación por parte de gente interesada. Pero si tenemos la valentía de quedarnos solos, o como un grupo pequeño e indefenso, si estamos dispuestos a sufrir por nuestras convicciones en vez de hacer sufrir a los demás, es señal de obediencia a Dios. Hay que obedecer a Dios más que a los hombres, decían los apóstoles (Hechos 5,29). Cuando estamos dispuestos a sufrir, es buena señal de que estamos interesados en el otro, y no en nosotros.

 

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