Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

7.4.21

El camino hacia el amor IV

Hemos visto que hay una serie de circunstancias que nos impiden aceptar el amor y, por ende, la práctica del amor. Son malentendidos, prejuicios, y nuestra tendencia de creer lo que nos dicen, sin cuestionarlo.

Pero hay algo más grave que bloquea nuestra relación con Dios: nuestro ego. Es la primera tentación, que lleva a la ruptura de la relación con Dios; y en su base está la ruptura de la confianza en Dios. Nosotros mismos queremos ser como Dios (Génesis 3,5).

Por eso, el primer paso para acercarnos a Dios es, que le demos en nuestra vida el puesto que le corresponde: el primero. Este es el primer paso para comenzar una vida espiritual seria. Ya lo dice el antiguo testamento: Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses rivales míos (Deuteronomio 5,6-7), lo repite el nuevo testamento: Éste es el precepto más importante: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente (Mateo 22,37s), y lo resalta también la regla de San Benito en su capítulo 7 sobre la humildad: El primer grado de humildad es que el monje mantenga siempre ante sus ojos el temor de Dios y evite por todos los medios echarlo en olvido (RB 7,10). No hay otra manera; primero hay que ubicarse en su sitio.

Este paso no es fácil; es un “cambio de gobierno”. Es entregar el control, es entregar seguridades, es confiar, encomendarse en las manos de otro, para ser “conducidos adonde no queremos ir(Juan 21,18).

Con eso llegamos el punto que resuena de una u otra manera por toda la escritura: No se haga mi voluntad, sino la tuya.

 

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