¿Por dónde empezar con la renovación de la
iglesia? Además, ¿por qué la iglesia? Hay una opinión
generalizada de que todas las religiones nos conducen a Dios, o que
todas veneran y adoran el mismo Dios. Entonces, ¿por qué el
cristianismo? Por supuesto, como cristianos podemos argumentar con la
doctrina
de la iglesia. Pero este argumento es poco convincente. Porque los
problemas más profundos de la vida no se resuelven con una doctrina,
sino a nivel de experiencia. En esto puede ayudarnos si nos damos
cuenta de lo que más reprimimos de nuestra consciencia. Son la culpa
y la muerte. Nos deshacemos de la culpa descargándola a otros. Y ¿la
muerte? Eso es macabro, de esto no se habla. Nos sentimos bien cuando
condenan a otros, porque esto fortalece nuestra imagen de buenos. Y
la muerte de otros ejerce sobre nosotros cierta fascinación porque
nos confirma que nosotros nos salvamos. Pero cuando estas cosas pasan
a nosotros, fácilmente nos desmoronamos y caemos en depresión. La
vida pierde su sentido.
Además, la “muerte” es un concepto muy amplio. Se refiere a la
pérdida de todo lo que yo considero importante o imprescindible para
mí. El monje trapense Thomas Keating, con la ayuda de la
psicología, describió esto para tres áreas de nuestra vida:
seguridad y supervivencia; afecto y estima; poder y control. Después
de haber pasado nueve meses en el vientre materno como en un paraíso,
porque todo estaba servido, después del nacimiento el niño siente
que la satisfacción de sus necesidades ya no está garantizada con
plena seguridad. En los primeros cuatro años es normal que el niño
sea egoísta. “Niño que no llora, no mama”. Entre los 4 a 8 años
de edad se identifica con un grupo que puede satisfacer sus
necesidades. La familia, el barrio, el área cercana. Sigue la
identificación con los compañeros de escuela, con la parroquia, la
religión, la raza, el pueblo, etc. En esto, “nosotros” siempre
somos los buenos, y “ellos“ son los otros y, cuando hay un
problema, son los malos y tienen la culpa. Consideramos importante
esta pertenencia a un grupo porque nos promete seguridad, aprecio y
cierta influencia y participación en el poder. Por eso la vida en un
ambiente extraño, el aislamiento social, o la pérdida del poder son
una experiencia muy dura.
Un grupo no es infalible. Otro grupo puede llegar al poder, con otros
valores y criterios, y todo cambia. Cuando me doy cuenta de que he
puesto mi confianza en la gente equivocada o en un sistema
equivocado, me veo en aprietos. Me pueden tratar y juzgar como uno
más de la manada.
Lo que son en la niñez necesidades, se convierte más tarde en
deseos y exigencias. Esto está arraigado en nuestro inconsciente tan
profundamente que no podemos salir de allí por nuestras propias
fuerzas. A veces lo podemos observar en los recién convertidos: Uno,
por ejemplo, ha dominado siempre a todo el grupo. Un buen día “se
convierte” – y comienza a dominar toda la parroquia. Uno creía
tener siempre la razón, y después de su “conversión” se cree
el único con la fe verdadera, y es intolerante con todos los demás
que no piensan como él. Mientras esta conversión no entra en las
profundidades de nuestro inconsciente, no estamos convertidos. Eso es
lo que llamamos “pecado”, no el pecado como un hecho aislado que
uno comete, sino una situación de pecado, de estar separados del
fondo de nuestro ser verdadero, Dios. En Lucas 16,26 encontramos una
imagen de esta situación. Lázaro está en el seno de Abrahán, y el
rico que en vida no lo atendía sufre ahora en el infierno. Quiere
que Lázaro venga a aliviarle los sufrimientos. Pero Abrahán le dice
que “entre ustedes y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo
que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta
ustedes ni pasar desde allí hasta nosotros”. Es este abismo que no
podemos superar por nuestras propias fuerzas. En vista de esta
situación Martín Lutero exclamó, “¿Cómo puedo encontrar un
Dios misericordioso?” Ya San Pablo se experimenta prisionero de la
ley del pecado, como dice en Romanos 7,23-24.
Jesucristo es el único que ha dado una respuesta a estas preguntas
existenciales tan profundas, no con palabras sino compartiendo y
sufriendo nuestra misma suerte. Él puede hablarnos de su
experiencia. De esto más la próxima vez.
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