Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

19.4.20

Nuestra fe en el Resuciado


Celebramos la Pascua todos los años, no solo por la alegría de la resurrección y nuestra salvación, sino también porque este misterio es tan profundo que nos lleva toda una vida para asimilarlo. Porque, seamos honestos: nos cuesta creer en la resurrección.
En nuestro caso, por supuesto, esta dificultad proviene de nuestra instrucción religiosa. Cuando yo era pequeño, nos dijeron: "Creer es aceptar como verdadero lo que Dios ha revelado". Somos cerebrales; las cosas pasan en nuestra cabeza, queremos entenderlas, captarlas en nuestras mentes. Pero esto es básicamente un intento de controlar la realidad. Y no podemos hacer eso con Dios. Dios es incontrolable, incomprensible.
Nuestra experiencia cotidiana puede acercarnos un poco más a entender esto. Nos enteramos de que las personas que hemos conocido durante mucho tiempo de repente nos sorprendieron con una faceta que nunca habíamos visto antes, y mucho menos la sospechábamos. Solo podemos aceptar esta experiencia o rebelarnos contra ella.
Con Dios nos pasa algo semejante. No se trata principalmente de comprenderlo, sino de una relación creciente con él. Sólo de allí resulta un saber, que es tan profundo que nadie nos lo puede quitar. No queda nada para discutir; uno solo puede aceptarlo o rechazarlo.
Esto también sucedió después de la resurrección. Los sumos sacerdotes creían, sabían, que Jesús había resucitado. Pero querían silenciarlo, y gastaron mucho dinero para ello. Los discípulos reaccionaron de manera diferente. Les resultó difícil creer lo que decían las mujeres cuando regresaron de la tumba vacía. Todavía les faltaba la experiencia. Pero estaban listos para ella. Porque Dios solo actúa cuando humanamente ya no se puede hacer más nada. Fue lo mismo con Jesús. Estaba muerto. Y los discípulos estaban "por el suelo". Estaban ante una tumba vacía, sin “cuerpo presente”. Se habían encerrado por miedo a los judíos. Estaban tristes y lloraron. Magdalena lloró frente a la tumba vacía. Y con ojos llorosos, no puedes ver la realidad con claridad. Estaban decepcionados y sin esperanza. Es esta realidad en la que entra el Resucitado y que gradualmente se transforma en alegría. Y Jesús no quiere sólo mostrar que está vivo, sino que los discípulos ahora están llamados a ser testigos de lo que han visto y oído. Nadie puede quitarles esta experiencia.
En este sentido, el tiempo de la pandemia ahora puede ser un tiempo de gracia para nosotros. No tiene sentido suprimir o eludir los inconvenientes que estamos experimentando actualmente. Permitámonos sentir nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, impaciencia, ira, impotencia y todo lo que pueda surgir en nosotros en estos días. Aquí es exactamente donde el resucitado quiere entrar, el que ha superado todo sufrimiento y la muerte. No porque se escapó, sino porque pasó por ellos.
No es fácil admitir nuestras debilidades. Nuestro orgullo no nos lo permite. Pero si lo hacemos, lo experimentaremos como liberador. En estos días les deseo el coraje de rezar con el salmo, "desde lo hondo a ti grito, Señor". Entonces veremos que algo comienza a moverse en nuestra vida que nunca antes habíamos conocido. De repente, Dios como que tiene un rostro; es alguien que siempre nos acompaña con amor. Y de repente se nos abre el entendimiento, y leemos las Escrituras con ojos diferentes.

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