Por
las circunstancias especiales del momento, mucha gente comienza a
reflexionar e, incluso, a cavilar. En este contexto cuestionamos
también nuestra relación con Dios. Se preocupan por lo que pasa en
la iglesia, desde los abusos sexuales y espirituales, pasando por
escándalos financieros, hasta las rencillas a nivel diocesano y
parroquial. Hay de todo en la iglesia. Algunos simplemente le dan la
espalda, y buscan su felicidad en otra parte. Es verdad: a veces da
ganas de tirar la toalla. Ahora, por las limitaciones que nos impone
la pandemia, se agudizan los cuestionamientos acerca de la pastoral
en general, y en concreto por la manera cómo se administran los
sacramentos, especialmente la eucaristía. Con esto se toca un nervio
de nuestra práctica cristiana.
Sin
embargo, yo tengo muchas razones de peso para quedarme en la iglesia.
Me siento como guiado interiormente, alguien me acompaña en un
camino, que resulta a veces muy difícil. En mi memoria se destaca un
sueño que tuve hace 32 años, uno de estos sueños que tenemos y que
siguen resonando por muchos años más. Se lo voy a contar:
Estoy,
con otro sacerdote, en el este de Caracas. A causa de un terremoto,
salimos de un edificio bajo, y entramos en una iglesia, una
construcción moderna, bella, amplia, de concreto armado, a prueba de
terremotos. Allí esperamos, y vemos cómo las casas y edificios
fuera se parten y caen. Pero, después de bastante tiempo, se ven
fisuras en el piso y en el techo de la iglesia, y una parte se separa
de la construcción principal. Fuera, caen los edificios más grandes
de al lado. Empezamos a orar; pero tiene algo de triunfo. Yo digo en
latín, “ET
JERUSALEM REEDIFICATUR”
(y Jerusalén es reconstruida).
Alguien a mi lado dice más o menos lo mismo en español. En esto veo
que se agrieta el piso a mi lado. Busco refugio en una parte donde,
según el diseño de la construcción, me creo más seguro. Pero no
es así. Estoy en el piso, para no caerme. Voy a otra parte; alguien
me empuja de allí porque es inseguro y, mientras tanto, toda la
iglesia, poco a poco, se resquebraja, se rompe, y se cae. No me pasa
nada. Estoy pensando cómo se ha caído esta construcción tan fuerte
que se creía a prueba de terremotos.
Por
supuesto, un sueño se dirige, en primer término, al que lo tiene.
Así también este sueño tenía que ver con mi proceso de
crecimiento interior en aquellos tiempos. Pero, a la postre, veo
claramente que yo soy parte de un proceso más grande y amplio, el de
la renovación de la iglesia. Por eso, el mensaje de este sueño me
trae mucho consuelo: lo que nosotros conocimos como “iglesia”,
esta estructura y organización rígida que ha resistido los cambios
de los siglos, y que nadie podía sacudir, está cayéndose a
pedazos. Lo que queda es una comunidad viva que ora y canta, cada uno
en su propio idioma y, sin embargo, armoniosamente. Me recuerda que,
en tiempos apostólicos, a la iglesia simplemente se la llamaba “el
grupo de los creyentes”.
Tenemos
la tendencia de organizar todo, también la iglesia. Pero cuando
buscamos nuestra seguridad en la organización, la fe, la confianza
en Dios, ya no encuentra con qué alimentarse. Y eso es lo que me
parece decir el sueño: tenemos que volver a la comunidad de vida.
Había un detalle importante en este sueño: las palabras “y
Jerusalén es reedificada” estaba en tiempo presente. Al
despertarme recordé que estas palabras se encontraban en la biblia.
Las encontré en el libro de Tobías 13,10. Allá está escrito en
tiempo futuro. Es entonces ahora, en el tiempo presente, cuando
estamos en pleno proceso de reconstrucción. Todo el colapso aparente
que observamos, y sufrimos, es sólo parte del “saneamiento”, del
desmantelamiento de cosas superfluas, para que vuelva a aparecer el
valor de lo esencial.
Por
eso podemos tener confianza. Cristo nos prometió que las puertas del
infierno no prevalecerán sobre su iglesia. Depende de nosotros, si
le damos crédito a su palabra. Próximamente quisiera compartir
algunas reflexiones que pueden ayudar a ver más claro. Tomaré en
cuenta también a aquellos que, por la razón que sea, se han alejado
de Dios y de la iglesia. Se trata de no confiar tanto en la
organización, sino de encontrar nuestro apoyo más en la confianza
en el amor de Dios.
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