Mártires Coptos |
Lo sabemos por
experiencia: justo cuando nos disponemos a orar, cuando nos ponemos
en la presencia de Dios, entonces es cuando nos vienen a la mente
toda clase de pensamientos. Como que quieren desviar nuestra
atención. En parte, esto es normal porque, cuando nos dirigimos a
Dios no podemos aferrarnos a algo concreto, a una imagen o idea
específica de Él. Experimentamos una especie de vacío, y nuestra
mente se encarga rápidamente de llenarlo. Es la experiencia de Jesús
en el desierto, la experiencia de los primeros monjes y padres del
desierto, de todos los que, a lo largo de los siglos, han buscado la
soledad, y es nuestra experiencia en la oración centrante. A veces
es como un verdadero bombardeo de pensamientos, sensaciones y
emociones lo que nos quiere sacar de nuestro centro. Y, como sabemos,
casi siempre son pensamientos que provienen de nuestro ego, de los
miedos y deseos de nuestra condición humana. Es algo que parece
querer dominarnos; muchas veces nos cuesta volver a nuestro propósito
inicial. Los
antiguos monjes veían estos pensamientos como "demonios".
Conocemos esta
misma presencia de los demonios en la Vida de San Benito de Nursia;
cuando se muda de Subiaco a Monte Casino, ellos aparecen en lo que
antes había sido un lugar de cultos paganos. San Gregorio Papa, el
autor, lo dice con una frase lapidar: cambió
de sitio, mas no de enemigo.
Dondequiera que aparezca una persona unida a Dios, aparecen también
los demonios pero, como en el caso de San Benito, al final se ven
obligados a retroceder.
La
palabra "demonio" viene del griego clásico daimon
(δαίμον), que es una deidad intermedia. Está sometida a los
dioses del Olimpo, pero es más fuerte que el hombre. Puede estar a
favor del hombre; entonces es como un genio que lo conduce, una
habilidad o buena costumbre que le facilita las cosas. O es hostil al
hombre y quiere dañarlo; entonces es como un vicio que lo domina.
Fue
el psicólogo C. G. Jung quien descubrió que los dioses de la
mitología griega reflejan fuerzas inconscientes de nuestra psique,
que él llama "arquetipos". Estos arquetipos influyen en
nuestra vida desde el inconsciente. Éste es desconocido para
nosotros, como un iceberg cuya mayor parte (hasta 90%) está
sumergida en el agua. Mientras no las hagamos conscientes,
simplemente serán fuerzas que afirmarán y defenderán nuestro ego y
- a la larga - nos harán daño. El mismo Jung dice: "Hasta que
el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente seguirá
dirigiendo tu vida. Y tú lo llamarás destino". Y también:
"Aquello a lo que te resistes, persiste". Hoy
podríamos hablar de "lo que nos domina", adicciones, malas
costumbres, la "condición humana".
El
nuevo Testamento usa esta misma palabra "demonio" para ir
al grano: describe estas fuerzas a la luz de Cristo. Deja claro que
el hombre, por sí solo, es indefenso frente a ellas. Estas fuerzas
siempre quieren hacernos daño porque nos esclavizan. Cuando
un espíritu inmundo sale de un hombre, recorre lugares áridos
buscando descanso, y no lo encuentra. Entonces dice: Me vuelvo a la
casa de donde salí. Al volver, la encuentra deshabitada, barrida y
arreglada. Entonces va, se asocia a otros siete espíritus peores que
él, y se meten a habitar allí. Y el final de aquel hombre resulta
peor que el comienzo. Así le sucederá a esta generación malvada
(Mateo 12,43-45).
Por
eso, en el lenguaje de hoy en día, la palabra "demonio" es
prácticamente sinónimo con "diablo" ("Διάβολος
- diábolos" - es el que confunde, que "vende gato por
liebre") o
"satanás" (en griego: Σατανᾶς, del hebreo: שָּׂטָן
satán,
"adversario").
Es sólo Cristo quien puede darnos la libertad. Por eso, nuestra
libertad no es absoluta; siempre estamos al servicio de alguien. La
cuestión es, ¿de quién? ¿De uno que nos esclaviza para malograr
nuestra vida, o de Dios que nos transforma según su imagen y
semejanza, y nos invita a consentir a este proceso? Esta segunda
opción nos
da felicidad y vida, una vida que la biblia llama "vida eterna,
definitiva". Cuando
consentimos a la presencia del más fuerte, el demonio ya no tiene
nada que buscar. Nos sometemos al gobierno de Dios; su Reino ha
llegado a nosotros.
Los antiguos
monjes hablaban de "estrellar los pensamientos nacientes contra
la roca que es Cristo". Para evitar la impresión de una lucha o
de violencia, yo prefiero hablar de dejar morir estos pensamientos
por inanición, como unos niños recién nacidos que no son
atendidos. Así lo hacemos, cuando en la oración centrante no
hacemos caso a los pensamientos y simplemente regresamos a nuestra
palabra sagrada o, en nuestra vida diaria, a nuestro propósito
original. Los pensamientos se estrellan contra nuestra relación con
El Más Fuerte. No son atendidos.
Si
no estrellamos los pensamientos contra Cristo,
tarde
o temprano serán ellos los que nos estrellarán a nosotros contra
Cristo.
Es
muy importante no alimentar los pensamientos porque nos pueden
contaminar el corazón. Y, del
corazón salen malas intenciones, asesinatos, adulterios,
fornicación, robos, falso testimonio, blasfemia. Esto es lo que hace
impuro al hombre y no el comer sin lavarse las manos
(Mateo 15,19-20).
Etty
Hillesum es muy lúcida en este punto. Escribe en su diario,
no veo otra solución, realmente no veo ninguna otra solución que la
de barrer en nuestro propio centro y erradicar allí todo lo podrido.
Ya no creo en que podemos mejorar algo en el mundo exterior que no
tengamos que mejorar primero en nosotros. Esto me parece ser la única
enseñanza que nos deja esta guerra: el haber aprendido a buscar el
mal únicamente en nosotros y en ninguna otra parte
(19 de febrero de 1942).
Y
pocos días más tarde escribe: Además,
esta mañana: el sentimiento muy fuerte de que, a pesar de todo el
sufrimiento y toda injusticia que pasa en todas partes, yo no puedo
odiar a los hombres. Y que todo lo espantoso y horrible que está
pasando no es algo misterioso amenazante y lejano fuera de nosotros,
sino que está muy cerca de nosotros, en nosotros, que sale de
nosotros los hombres. Por eso me es mucho más familiar y no infunde
tanto miedo (27
de febrero de 1942).
Pero
no se queda solamente hablando del mal que descubre en sí misma.
Avanza hasta el fondo: Hay
en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces
consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y
escombros obstruyan el pozo, y Dios queda sepultado. Entonces es
necesario volver a abrir el pozo (25
de agosto de 1941). Nosotros llamamos esto la inhabitación de la
Santísima Trinidad. La práctica de la oración centrante es este
trabajo de abrir una y otra vez este pozo profundo en nosotros para
despejar nuestro acceso a Dios.
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