Hace
poco alguien me envió el libro
digital de David
Placer, Los Brujos de Chávez.
Es una investigación periodística que
muestra no sólo el lado más
oscuro del difunto presidente
de Venezuela, sino
implícitamente también el
de nuestro
pueblo en general. Basado en
entrevistas con testigos presenciales, el
autor describe con lujo de
detalles el recurso de Chávez
a toda clase de brujería, santería y otros ritos, para conseguir
el poder y mantenerse en él.
Chávez murió, pero el hechizo sigue. El libro termina informando
que Chávez, recién graduado de la academia militar, enterró su
sable siguiendo
un rito esotérico,
con la finalidad de conseguir todo el poder.
Era el momento
en el que Hugo Chávez estaba
sembrando su
lucha. Los espíritus y las cortes espirituales más activas del país
velarían porque
aquella espada venciera a los enemigos, sometiera a los adversarios y
permitiera el
triunfo de aquel soldado de la patria, hijo de Guaicaipuro y de
Bolívar, de
Maisanta y de
Zamora, del Negro Primero y de Simón Rodríguez.
Desde
entonces, el camino se había allanado para Hugo Chávez...
Algunos están convencidos de que la salida del chavismo no
pasará por la agitación callejera ni por un proceso
electoral. El fin del régimen que ha acumulado el
mayor poder en toda la historia democrática venezolana sólo
se consumará con la destrucción de ese conjuro.
Y no hay duda de que un
simple cambio de gobierno no resolverá el problema de fondo que
tiene a
nuestro país sumido en la
miseria.
Hay que destruir este
conjuro. Pero,
la cuestión es, ¿cómo se lo destruye? Los
pocos entrevistados que
conocen
este hecho
dicen que, para que Chávez descanse, para
que el país vuelva a ser el de antes, hay que desenterrar esa espada
(Pg. 208).
Pero, esto tampoco
puede ser la solución porque desenterrando
este sable sólo se desplazaría
el problema: destruyendo las
consecuencias de un rito maligno con otro
igual; expulsando
al diablo con Belzebú.
Antes
de responder desde el evangelio, quisiera mencionar otra situación,
semejante, pero más grave todavía: En Haití, donde prolifera el
culto vudú, se suceden periódicamente las desgracias: huracanes y
terremotos fuertes. Algunos lo ven como consecuencia de la
consagración del país al demonio, hecha el 20 de agosto de 1791 por
200 años, ofreciéndole adoración;
a cambio pedían la liberación de los lazos opresores de sus amos
los blancos franceses. Esta
consagración fue renovada el
1er
de enero de 2005 por otros 200 años. Es, hasta donde yo sepa, el
único país del mundo que está consagrado expresamente al
demonio.
Y noten bien: no digo "castigo", sino "consecuencia".
Dios no castiga. Además, al lado está la República Dominicana que
es un país mucho más próspero. Parece que tiene que ver más bien
con los hombres.
Volvamos
a Venezuela: Por la solicitud del arzobispo de Caracas, nuestro país
fue consagrado a perpetuidad al Santísimo Sacramento el 2 de julio
de 1899. Hasta ahora, somos el único país del mundo con esta
consagración. No tenemos huracanes ni volcanes ni tsunamis; los
terremotos no son tan devastadores como en otros países. La
naturaleza nos ha dado inmensas riquezas. Sin embargo, ¡también
estamos mal! Una situación que se está volviendo intolerable - ¡por
obra del hombre! Y, de qué sirve entonces la consagración?
En el
artículo sobre Haití hay una frase que nos puede dar una pista para
responder a esta pregunta: era esta una ceremonia “de pacto”
con el Demonio, donde en nombre de todo el pueblo haitiano,
(el
poderoso sacerdote vudú)
consagraba su país Haití y sus moradores al Diablo (negritas
mías). Allí está el
detalle: Nadie puede decir
o hacer algo en mi nombre si yo no lo autorizo expresamente o,
después del hecho, le doy expresamente mi consentimiento.
Esto no aplica solamente a la consagración al demonio, sino también
a la consagración al Santísimo Sacramento. Dicen
que el que calla, otorga.
Sin embargo, esto no se puede aplicar a la consagración al Santísimo
Sacramento, porque la adhesión a Dios siempre es una decisión
consciente, no sólo un consentimiento bajo
presión o por inercia.
No podemos identificarnos simplemente con una multitud. La iglesia no
es una masa, sino una comunidad que se funda sobre Cristo y la fe de
CADA UNO
en Él.
Esto
significa que cada uno está invitado a tomar consciencia de la
situación y de tomar la
decisión de hacer suya de consagración al Santísimo Sacramento.
Eso implica la renuncia a cualquier otro recurso,
como la brujería,
santería, palería, etc. Porque Dios es celoso. Mientras no pongamos
TODA
nuestra confianza en Él,
sino dejando
otras puertas abiertas -
"por
si acaso" -,
no gozaremos de su protección.
Por
supuesto, todas estas prácticas malignas tienen como fundamento el
miedo. Dice el artículo sobre Haití: Es muy difícil
salir de esta religión, así cuando un miembro de la
familia se arrepiente porque llega a conocer el mensaje del
evangelio, la familia llega a ser un blanco perfecto
como víctima de Satanás: enfermedades, ruina, muerte
inexplicable de algún miembro, ropa destrozada antes de ir a
la iglesia, accidentes, etc. Esta táctica del terror y
del miedo que el demonio utiliza surte sus efectos, la
persona cede y vuelve atrás ante el temor de sufrir
más maldiciones.
Ante
esta
situación hubo intentos, humanamente comprensibles, para erradicar
esta religión: De 1915 hasta
1935 los Estados Unidos ocupaban la
isla. Después
de la retirada de las tropas estadounidenses en 1935, el gobierno
haitiano luchó
para erradicar
estas prácticas, imponiendo penas de prisión y multas dinerarias,
pero todo ello consecuencia de la poderosa influencia que tenía EEUU
en los años de intervención de sus marines.
El mal reprimido volvió
con más fuerza.
La represión no es el camino.
La
única salida es nuestra fe inquebrantable en Jesucristo. Es el
diablo quien nos infunde miedo porque esto le facilita "pescar
en río revuelto". Cuando Dios se manifiesta al
hombre, siempre dice "no temas". Dios da paz y
tranquilidad; inspira confianza.
Por eso, el que te inspira miedo,
el que te engaña y manipula,
nunca viene en nombre de Dios,
ni quiere tu bien.
Por
supuesto, el mal puede hacernos daño. Pero como dice el Señor, no
teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más.
Yo les indicaré a quién deben temer: teman al que después de matar
tiene poder para arrojar al infierno
(Lucas 12,4-5).
La carta a los Hebreos habla de los
que, por miedo a la muerte, pasan
toda la
vida como esclavos
(Hebreos 2,15).
Se sabe que no es tan fácil salir de estas costumbres. La gente que
sale se ve muchas veces acosada por temores, la sensación de una
presencia maligna y siniestra, o por el susto que causan otros
fenómenos. Es importante el acompañamiento de un hermano en la fe o
un sacerdote que fortalezca a la persona convertida en su fe, y ore
por ella y con ella. En casos extremos habrá que recurrir a un
exorcismo; pero no conviene precipitarse a ello. Y es muy importante
recordar una cosa: ¡con el demonio no se habla! Éste fue el error
de Eva. Él no se merece que un hijo de Dios, que somos nosotros, le
dirija la palabra. Se le aplica le "ley del hielo".
Nosotros hablamos con Dios; Él sabrá cómo encargarse de esta
presencia nefasta de una manera muy efectiva.
Además: recordemos que en lo más profundo de nuestro ser Dios está
presente - ¡desde nuestra concepción! Y que nunca se fue; somos
nosotros los que nos hemos alejado. Pero el hecho de la presencia de
Dios en nosotros nos invita al regreso y lo facilita. Él siempre
está allí con los brazos abiertos. Somos suyos. Y Él no permitirá
que le arrebaten lo suyo.
Tengamos
presentes lo que dice San Pablo a los Efesios: Fortalézcanse
con el Señor y con su fuerza poderosa. Vístanse la armadura de Dios
para poder resistir los engaños del Diablo. Porque no estamos
luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las autoridades,
contra las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas,
contra las fuerzas espirituales del mal. Por tanto, tomen las armas
de Dios para poder resistir el día funesto y permanecer firmes a
pesar de todo. Cíñanse con el cinturón de la verdad, vistan la
coraza de la justicia, calcen las sandalias del celo para propagar la
Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la
fe, en el que se apagarán los dardos incendiarios del maligno.
Pónganse el casco de la salvación, y empuñen la espada del
Espíritu, que es la Palabra de Dios (Efesios 6,10-17).
Abajo encuentran una imagen que resume lo que digo: Dios nos ama y
nos bendice. El adversario (Satanás) nos quiere maldecir. Pero yo
tengo la libertad de decidir a quien le creo. El que cree
en él (el Hijo de Dios) no es juzgado; el que no cree ya está
juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios (Juan 3,8). Cada
uno está invitado a asumir su responsabilidad, para decidir si
quiere hacer caso a los hechizos, o a la Palabra salvadora de nuestro
Señor. La decisión es EXCLUSIVAMENTE tuya.
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