Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

29.3.16

¡Resucitó! ¿Será?


No es ningún secreto que hoy en día hay un alto porcentaje de cristianos que no creen en la resurrección. No saben cómo relacionarla con su vida. Y no es para menos. Ya desde los tiempos apostólicos, a la gente, incluyendo a los discípulos, les costaba creer en la resurrección.
Mientras bajaban de la montaña (después de la transfiguración, Jesús) les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron aquel encargo pero se preguntaban qué significaría resucitar de entre los muertos (Marcos 9,9-10).
María Magdalena va al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro. Llega corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que era muy amigo de Jesús, y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto (Juan 20,1-2). Eso parecía ser la única explicación lógica de lo que había visto. Los discípulos no les creyeron a las mujeres cuando éstas les dijeron que Jesús había resucitado (Marcos 16,11; Lucas 24,11).
Los sumos sacerdotes... ofrecieron a los soldados (que habían vigilado la tumba) una buena suma encargándoles: Digan que durante la noche, mientras ustedes dormían, llegaron los discípulos y robaron el cadáver... Así se difundió ese cuento entre los judíos hasta el día de hoy (Mateo 28,11-15). No puede ser verdad lo que no debe ser verdad.
En Atenas, al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, otros decían: En otra ocasión te escucharemos sobre este asunto (Hechos 17,32).
Acerca de Pablo, prisionero en Cesarea, Festo dijo a Agripa: ...Solamente traían contra él discusiones sobre su religión y sobre un tal Jesús, muerto, del que Pablo dice que vive (Hechos 25,19).
A lo largo de la historia se han inventado un sinfín de acrobacias mentales para desacreditar un fenómeno que, si bien está a la vista, no tiene explicación lógica - al menos mientras nos apoyamos sólo en la lógica humana.
Para llegar a creer en la resurrección es imprescindible entrar en una relación con Dios. Jesús mismo nos da la clave: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6). ¿Cuál era este camino de Jesús? Lo celebramos en el triduo pascual: El que resucitó, es Jesús, el mismo que había muerto en la cruz. Las llagas en su cuerpo resucitado lo identifican como el crucificado. Pero antes de estos acontecimientos hay otro detalle que muchas veces pasamos por alto: la agonía de Jesús en el huerto. Para Jesús hubiera sido fácil evitar este sufrimiento. Hubiera bastado ir con sus discípulos a otra parte, o incluso bajar a Jericó. Nadie lo hubiera encontrado. No lo hubieran detenido. No hubiera muerto de esta manera. El mismo Jesús había pedido al Padre entre gritos y lágrimas (Hebreos 5,7) que lo salvara de esta hora. Pero - añadía - no se haga mi voluntad, sino la tuya (Mateo 26,39). Él no había venido al mundo solamente para enseñar y sanar, sino para salvar, amando hasta el extremo. Y eso incluía la entrega de su vida. Se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz (Filipenses 2,7-8). Esta entrega total le dejó mano libre al Padre para actuar, y dar una respuesta inaudita. Dios actúa de manera sorprendente, inesperada.
La falta de relación personal con Dios tiene, además, otra causa: vivimos y nos criamos en una sociedad que, desde hace siglos, es de tradición cristiana. Se nos ha transmitido una enseñanza que recibimos desde niño. Veneramos al "dios de nuestros padres", pero no necesariamente al Dios que nos ha salido al encuentro a nosotros. Hemos recibido tradiciones y catequesis, pero no necesariamente el testimonio que nos lleva a una relación personal con Dios. Allí me parece estar el detalle: Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello (Hechos 2,32; 3,14), dice Pedro. En nuestra vida tenemos muchos maestros, pero pocos testigos. Repetimos lo que se nos ha dicho, pero sin que dé fruto en en nuestra vida. Nos falta gente - testigos - que nos expliquen cómo descubrir la resurrección en nuestras vidas.
¿Qué podemos hacer para que la resurrección sea de nuevo, no sólo una creencia, sino una fe que transforme nuestra vida? En la iglesia, desde hace unas décadas, vuelve a estar en auge la oración contemplativa. Hay varias formas de ella, todas de larga tradición cristiana, pero caídas en el olvido por los últimos cinco siglos. Una de ellas es la Oración Centrante, que yo practico y conozco. Consiste en la intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros. Se practica en silencio. Al no hacer caso a los pensamientos que le vienen a uno, nos despegamos de nuestro ego, y dejamos las riendas a Dios. Es una disciplina que nos introduce en el consentimiento de Jesús en el huerto.
Si esto les parece difícil, comiencen al menos con pronunciar las palabras del Padre Nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, no de boca para fuera, como un loro, sino con sinceridad, desde lo profundo del corazón.
Uno de los frutos de esta entrega es la libertad. Así como los hijos de una familia tienen una misma carne y sangre, también Jesús participó de esa condición, para anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir, al Diablo, y para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos (Hebreos 2,14-15).
¡No se desanimen! Al comienzo nos cuesta. Nadie quiere morir, nadie quiere entregar el control de su vida, ¡ni siquiera a Dios! Jesús sudó sangre. Este es el único camino que nos lleva a la verdad, la verdadera iluminación, y a la vida. La vida nueva que nos espera, la nueva calidad de vida, es maravillosa. San Pablo la llama "Vida Resucitada". Es como un adelanto de lo que nos espera cuando se nos pide la entrega de la vida al final de nuestros días.

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