Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

14.8.14

Lectio - Escucha

"Toma y lee"; éstas son las palabras que escuchó San Agustín cuando Dios lo invitó a la conversión. El primer paso en este camino es: salir de nosotros mismos, de nuestro mundo pequeño, e interesarnos seriamente por el Otro. También el camino de los monjes comienza así: Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, para que por el esfuerzo de tu obediencia retornes a Dios, del que te habías alejado por la desidia de tu desobediencia. Con estas palabras comienza la Regla de San Benito (Prólogo 1-2).
No sólo los monjes, sino todos los cristianos estamos invitados a escuchar, a salir de nosotros mismos, a cuestionar y a distanciarnos de nuestros criterios, y a permitirle a otro que nos manifieste sus ideas y, más aun, que se nos manifieste a sí mismo. La palabra "escuchar" viene del latín "auscultare"; de allí nuestra palabra castellana "auscultar". La usan los médicos, usando incluso un dispositivo que les permite escuchar los sonidos más débiles en el cuerpo de su paciente. Un buen médico no querrá escuchar lo que él se imagina, sino lo que ocurre en realidad; esto puede ser muy diferente de lo que él se imagina. Por eso debemos preguntarnos siempre: ¿Estamos escuchando para entender al otro, o apenas lo dejamos hablar para contestar enseguida? ¿Leemos la palabra de Dios para conocerlo a Él, o para encontrar un texto que apoya nuestras ideas? Caemos fácilmente en esta trampa cuando leemos un texto sin tomar en cuenta el contexto en que fue escrito. Y es muy importante atenernos al texto, no saltar precipidadamente a conclusiones. No nos imaginemos lo que no dice el texto. Se necesita mucha disciplina para quedarse con el significado de una palabra, sin ver en ella lo que nos gustaría encontrar, pero que no está allí. Puede ser útil consultar un comentario o la nota al pie de página, sin que eso degenere en un estudio puramente cerebral para satisfacer la curiosidad. Lo importante es el encuentro personal con Dios a través de la palabra.
Sabemos con cuánto gusto escuchamos a una persona que comparte nuestros mismos criterios, que nos toma en serio y nos respeta. Podemos pasar horas conversando y escuchando sin darnos cuenta de cómo pasa el tiempo. Por otra parte, evitamos a gente que nos lleva la contraria, que tiene criterios muy distintos de los nuestros. Aunque nos respeta, sabemos que, al darle conversación, nos puede cuestionar, y hasta cambiar nuestra vida.
Esta dinámica se ve muy claramente en el evangelio de Juan, donde la gente se encuentra con Jesús y, al final, toma una decisión o hace una profesión de fe. Incluso en Cafarnaum, después de la larga catequesis sobre el pan de vida, la gente se ve obligada a tomar posición: Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él (Juan 6,66). Pedro, por su parte, se decide a favor de Jesús: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios (Juan 6,68-69).
Es la Palabra de Dios la que nos da vida eterna. La encontramos en la escritura, cuando nos dedicamos a una escucha asidua, diaria, hasta que, poco a poco, nos vemos impregnados y transformados por esta palabra. En vez de hablar de "lectura", sería mejor hablar de "escucha". Los antiguos no leían en silencio y sólo mentalmente, como nosotros hoy en día. Leían como con un murmullo, susurrando, para escuchar ellos mismos la lectura. Se hacían oyentes.
Al comenzar este camino de lectio divina, y al disponernos cada día a esta práctica, es necesario ubicarnos, conscientizarnos de lo que estamos a punto de hacer. Nos comunicamos con otro, con EL OTRO, que no se amolda a nuestras ideas que podamos tener de Él, sino que es Él quien quiere crearnos a su imagen y semejanza (Génesis 1,27). Por eso, antes de hacer lectio divina, necesitamos pedirle a Dios que abra nuestros corazones, que nos diga, como al sordo del Evangelio: ¡"effetá" - ábrete!
Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mis senderos (Salmo 118,105).

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