Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

1.6.14

El Crucificado - Nombrado Juez

El misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo es tan profundo que la iglesia lo celebra en varias fiestas, dando así énfasis a sus diferentes aspectos. Normalmente hablamos de la resurrección, y ésta es la primera fiesta que celebramos, culminando el triduo sacro con la vigilia pascual.
Pero la misma palabra "resurrección" nos puede inducir a pensar que el muerto simplemente ha vuelto a la vida. Sin embargo, lo que celebramos en este misterio es mucho más amplio. No es un simple difunto de quien Pablo dice que vive (Hechos 25,19), sino que había sido condenado a la forma más atroz de la pena capital: la cruz. Atroz no sólo por el sufrimiento físico ella que significaba, sino también por las asociaciones que evocaba en la gente: crucificado entre malhechores, parecía a todas luces un malhechor; la cruz no era la forma de pena capital ni para los judíos ni para los romanos: era para un "apátrida", un nadie; maldito el que cuelga de un palo (Gálatas 3,13): a todas luces, Jesús parecía maldito incluso por Dios. En la ascensión celebramos el hecho de que el Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien ustedes ejecutaron colgándolo de un madero. A él, Dios lo ha sentado a su derecha, nombrándolo jefe y salvador, para ofrecer a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados (Hechos 5,30-31). No se trata entonces solamente de un difunto que vuelve a la vida, ni de uno que, después de haber sufrido tanto, es premiado. Aquí se trata de un juicio, el juicio de Dios: el que fue condenado por los hombres, es rehabilitado por Dios.
Sin embargo, no podemos quedarnos sólo en la suerte de Jesús, como si fuera un relato interesante y edificante, pero que no nos afecta a nosotros. La pregunta es, ¿qué tiene que ver esto con nosotros? ¿Nos afecta y, en caso afirmativo, cómo nos afecta? Para responder a esta pregunta, tenemos que preguntarnos ¿por qué asesinaron a Jesús? Lo descubriremos remontándonos al tiempo de su actividad pública. Los sumos sacerdotes decidieron su muerte "por envidia": reunieron el Consejo y dijeron:  ¿Qué hacemos? Este hombre está haciendo muchos milagros. Si lo dejamos seguir así,  todos creerán en él, entonces vendrán los romanos y nos destruirán el santuario y la nación (Juan 11,47-48). Aparentemente estaban preocupados por el templo, lugar de la presencia de Dios. Pero el templo, en tiempos de Jesús, era también un gran negocio. No lo querían perder. Además, lo de los milagros fue, al menos en parte, también un pretexto. Lo que más les habrá dolido era que todos creían en Él. Porque Jesús no hacía sólo milagros, sino que incluso perdonaba pecados. Eso, según ellos, no debía ser. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?...  El Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados  (Marcos 2,7.10). Cuando se alojó en la casa de Zaqueo, al verlo, murmuraban todos porque entraba a  hospedarse en casa de un pecador (Lucas 19,7). Cuando Leví (Mateo), el recaudador de impuestos, lo había invitado a un banquete, murmuraban diciendo: ¿Cómo es que comen y beben con recaudadores de impuestos y pecadores?  ... No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud, sino los enfermos. No vine a  llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan.  (Lucas 5, 30.31). Cuando una pecadora pública le lava los pies a Jesús, y los fariseos se extrañan, Él dice: se le han perdonado  numerosos pecados, por el mucho amor que demostró  (Lucas 36-50). Perdona a la mujer adúltera que estaba a punto de ser apedreada (Juan 11,3-8).
Con estos hechos y, además, con muchas parábolas, Jesús les trastorna a las autoridades su concepto de justicia de Dios que se basa en el premio para los buenos, y el castigo para los malos. Jesús perdona a TODOS, incluso a los que lo están crucificando. Y no es de extrañar que la gente cree en uno que los acoge y los ama, hasta perdonarles su pecado. Las máximas autoridades religiosas del pueblo judío dejaron claro que éste no era el camino. Al condenar a Jesús, y ejecutando la condena a través de los romanos, se puede decir que la humanidad entera, representada por su autoridad religiosa y local (judía) y la mundial y política (romanos) rechazó a Jesús. Y Dios permitió que este rechazo fuera consumado. Fue sólo entonces cuando Él resucitó a Jesús, como para decir que lo que representaba Jesús y lo que hacía, éste era el camino. ¡EL PERDÓN VA! Es la voluntad de Dios, es lo que nos une, es lo que nos trae la paz, y es lo que nos salva definitivamente. Por eso, Pedro dice el día de Pentecostés: Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados (Hechos 2,38).
La fiesta de hoy nos invita a acercarnos con toda confianza a Jesús quien derramó su sangre para el perdón de los pecados (Texto de la consagración en la misa). No tengamos miedo a pedir perdón, ni a perdonar. A veces hay gente que trata de esquivar la responsabilidad del perdón, diciendo que "el hombre disculpa, sólo Dios perdona". Eso me parece una pobre acrobacia mental, para justificar cuando "espera al otro en la bajadita", para "pasarle factura". El perdón es una responsabilidad que ejercemos en nombre de Dios. No se trata sólo del perdón sacramental, reservado a los sacerdotes, sino también de crear un ambiente de perdón en las comunidades, en las familias, entre esposos, entre padres e hijos, entre vecinos, en toda la sociedad. El perdón sacramental sigue siendo necesario; en él se nos asegura con toda autoridad, por el servicio del sacerdote, que Dios nos perdona, aunque los hombres no lo hagan. Podemos pedir perdón por TODOS los pecados, hasta por los más escondidos, los más repetitivos, los que más nos dan vergüenza, los que creemos que no tienen perdón. San Pablo lo dice, de manera casi triunfal: Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a  su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás  con él? ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso  Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre,  desnudez, peligro, espada? Como dice el texto: Por tu causa somos entregados continuamente a  la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas al matadero. En todas esas circunstancias  salimos más que vencedores gracias al que nos amó.  Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes  ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en  Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8,31-39).

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