Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

3.6.11

La Soledad de María

Pintura de Rubens
“El ángel entró donde estaba ella”, y ella “se turbó y se preguntaba qué significaría aquel saludo” (Lucas 1,29). El mensaje que sigue rompe todos los esquemas del pensamiento humano. Debe haber sido una experiencia de soledad extrema. Para eso, tomemos en cuenta que María, al tiempo de la anunciación, era una joven, casi adolescente todavía, de un pueblo pequeño donde todos conocían a todos, y donde todo el mundo debía hacer lo que se esperaba de él. Lo vemos más tarde, cuando Jesús predica en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado; se preguntaron admirados: “¿Dónde aprendió este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María…? Y no tenían fe en él” (Marcos, 6,2-3). También Natanael pregunta a Felipe: “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1,46). Nosotros, hoy en día, conocemos esto como “sobre-identificación con el grupo”.
María está sola con su decisión de aceptar el anuncio del Ángel. No puede esperar el apoyo de nadie, ni siquiera el de los más creyentes. Años más tarde vemos en Pedro este mismo deseo de estar acompañado. Cuando el Señor lo había invitado al seguimiento, él respondió: “Señor, y a éste, ¿qué le va a pasar? Jesús le contestó: ¿qué te importa a ti? Tú, sígueme” (Juan 21,21-22). Cuando le permitimos a Dios entrar en nuestras vidas, la soledad será nuestra parte; pero, como dicen los místicos, “una soledad acompañada”, porque muy dentro de nosotros sabemos que Dios está con nosotros. Ya no vale el “¿qué dirán?”. Él será nuestro único punto de referencia.
Me gustaría ilustrar este asunto desde otro ángulo: según Gen 3, el hombre no quiere estar solo con su pecado. Eva tomó del fruto prohibido, y le dio a Adán. Lo sabemos por observación – ¡o por experiencia! – que no nos gusta estar solos con nuestros vicios. Los alcohólicos toman juntos – y cuando lo hacen solos, se esconden, porque les da vergüenza que les vean. En Venezuela los llamamos “concañeros” (del aguardiente de caña); otros comparten cigarrillos, drogas, etc. A veces se ejerce presión para que el otro también participe en el vicio.
Uno no puede estar solo. O se identifica con su grupo, o se une a Dios. La soledad absoluta sería el infierno. Y, como la sobre-identificación con el grupo es por motivos egoístas, ésta se muere con nosotros, o con el grupo. A la larga, sólo nos salva la unión con Dios. Y ésta significa soledad. “El que no deja padre y madre…”
De esta manera, si vemos a María como imagen del creyente, uno de los criterios para ver qué tan fuerte es nuestra confianza en Dios, es nuestro amor a la soledad, y la libertad frente a las presiones de los diferentes grupos que son parte de nuestra vida: la familia, el pueblo, amistades, religión y cultura, y tantos más. Sólo si en medio de estos grupos nuestra primera lealtad es con Dios, podemos decir que somos verdaderamente libres.

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